De acuerdo con una nueva investigación publicada en la revista Educational Researcher, han habido consecuencias académicas, sociales y emocionales para los estudiantes de secundaria y preparatoria que asistieron a clases de forma remota durante la pandemia de COVID-19.

El trabajo incluyó a más de 6,500 estudiantes de escuelas públicas del condado de Orange, en Florida (Estados Unidos), quienes fueron encuestados en octubre de 2020, cuando dos tercios asistían a la escuela de forma remota y un tercio asistían en persona.

En una escala de 100 puntos, los estudiantes presenciales obtuvieron puntuaciones más altas que los estudiantes a distancia en bienestar social (77.2 frente a 74.8), bienestar emocional (57.4 frente a 55.7) y bienestar académico (78.4 frente a 77.3).

Esta «brecha próspera» fue consistente en todos los géneros, razas/etnias y estatus socioeconómico, encontró el estudio.

«En particular, la brecha próspera fue mayor entre los estudiantes de cuarto y quinto grado de preparatoria que entre los de tercer grado de secundaria», señaló Laurence Steinberg, profesor de la Universidad de Temple, en Filadelfia, y coautor del estudio.

Si bien las diferencias entre los dos grupos de estudiantes no son grandes, incluso los efectos pequeños son significativos cuando afectan a millones de personas, explicaron los investigadores.

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«Muchas noticias han informado sobre historias individuales de adolescentes que han sufrido ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental durante la pandemia», comentó Angela Duckworth, profesora de la Universidad de Pensilvania, fundadora y directora ejecutiva de Character Lab y autora del estudio.

«Este trabajo ofrece algunas de las primeras pruebas empíricas de cómo el aprendizaje a distancia ha afectado el bienestar de los adolescentes», añadió Duckworth.

El bienestar social se evaluó preguntando a los estudiantes qué debían hacer para encajar en la escuela, si había un adulto en su escuela que pudiera ofrecer apoyo o consejo, y si había un adulto en su escuela que deseara que hicieran lo mejor.

Para el bienestar emocional, se les preguntó a los adolescentes con qué frecuencia se sentían felices, relajados y tristes, y cómo se sentían en general acerca de su vida.

Para el bienestar académico, se les preguntó qué tan interesantes encontraban sus clases, qué tan importante era para ellos tener un buen desempeño en ellas y qué tan seguros estaban de que podrían tener éxito en sus clases si lo intentaban.

«A medida que los formuladores de políticas se preparan para los programas nacionales de tutoría y remediación, que sabemos son prioridades urgentes, debemos reconocer que los estudiantes no solo están rezagados en su desempeño, sino que además están sufriendo como personas», dijo Duckworth.

«Satisfacer sus necesidades psicológicas intrínsecas, de conexión social, emoción positiva y compromiso intelectual auténtico, es un desafío que no puede esperar», agregó.

 

Fuente: Health Day News