El azúcar añadido está presente en una gran cantidad de alimentos y bebidas procesadas. Su consumo excesivo no sólo está relacionado con el aumento de peso y el riesgo de enfermedades metabólicas, también con procesos inflamatorios que pueden afectar la salud a largo plazo.
El azúcar y la respuesta inflamatoria
Cuando se consumen grandes cantidades de azúcar, especialmente en forma de glucosa y fructosa, el cuerpo responde liberando más insulina. Con el tiempo, esto puede provocar resistencia a la insulina, lo que a su vez favorece la inflamación crónica.
El azúcar también aumenta la producción de sustancias proinflamatorias, como las citocinas, y puede generar estrés oxidativo al dañar las células. Estos procesos están vinculados a enfermedades como la diabetes tipo 2, la obesidad y afecciones cardiovasculares.
Efectos del azúcar en distintos órganos
- Intestino. Un alto consumo de azúcar puede alterar la microbiota intestinal, reduciendo la presencia de bacterias beneficiosas y favoreciendo el crecimiento de microorganismos dañinos que aumentan la inflamación.
- Hígado. El exceso de fructosa, presente en muchos edulcorantes artificiales y bebidas azucaradas, se metaboliza en el hígado y puede contribuir al desarrollo de hígado graso no alcohólico.
- Articulaciones. Estudios sugieren que el consumo excesivo de azúcar puede empeorar enfermedades inflamatorias como la artritis.
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Cómo reducir la inflamación causada por el azúcar
- Disminuir el consumo de bebidas azucaradas y alimentos ultraprocesados.
- Optar por endulzantes naturales en cantidades moderadas, como la miel o la canela.
- Aumentar el consumo de alimentos antiinflamatorios como frutas, verduras, grasas saludables y proteínas de calidad.
- Mantener una hidratación adecuada y realizar actividad física regularmente.
Reducir el azúcar en la dieta no sólo ayuda a prevenir el desarrollo de enfermedades crónicas, también contribuye a disminuir la inflamación y mejorar el bienestar general. Pequeños cambios en la alimentación pueden marcar una gran diferencia en la salud a largo plazo.
Fuente: Harvard Medical School