El autismo no es una enfermedad sino un síndrome clínico presente desde los primeros meses de vida, que incluye alteraciones en conducta, comunicación verbal y no verbal e interacción social y emocional anómala.
De acuerdo con un artículo titulado Autismo, del neurólogo Francisco J. Rogel-Ortiz, el autismo representa una disfunción de uno o más sistemas cerebrales, aún no bien identificados y en la mayoría de los casos obedece a encefalopatía estática.
La alteración del lenguaje es una piedra angular para el diagnóstico temprano. Y es que todos los niños con autismo muestran alteraciones graves del lenguaje –pueden abarcar desde una ausencia total del mismo, pasando por déficits de la comprensión y el uso comunicativo del lenguaje verbal y la mímica, hasta un disprosodia leve.
A decir del artículo, recientemente un grupo de expertos estableció algunos criterios como indicación absoluta para la evaluación inmediata; es el caso de la ausencia de balbuceo, el señalamiento u otros gestos a los 12 meses, ninguna palabra a los 16 meses, ninguna frase espontánea de dos palabras a los 24 meses y cualquier pérdida de cualquier lenguaje a cualquier edad.
La comunicación no verbal es igualmente defectuosa y se experimentan dificultades importantes para comprender el lenguaje gestual, es decir, no comprende adecuadamente las expresiones faciales o corporales. Por otra parte, se han reportado alteraciones sensoperceptuales como hiper o hiposensibilidad a estímulos auditivos y visuales, por ejemplo; distorsiones de la percepción y dificultades de la integración multimodal.
La conducta de la persona con autismo tiene una amplia gama de alteraciones; con frecuencia se muestran mal control de impulsos, manifiestan berrinches de duración y magnitud fuera de toda proporción, miedo intenso ante situaciones desconocidas, rasgos de conducta rígida, resistencia a los cambios, estereotipias motoras y una deficiente interacción social, entre otros.
En cuanto al nivel de inteligencia, hay grandes variaciones que van desde la deficiencia mental profunda hasta una inteligencia superior. El nivel de IQ tiene un papel en el pronóstico muy importante y se ha comprobado que la mayoría de quienes logran desarrollar un lenguaje comunicativo y un buen nivel de autonomía son aquellos con un IQ más elevado.
Además, existen dos condiciones que se asocian con el autismo con regularidad, la epilepsia y el trastorno por déficit de atención e hiperquinesia (TDAH). Son comunes, también, las alteraciones del sueño.
En todo caso, aun cuando en la mayor partes de los casos, los rasgos autistas persisten toda la vida; el pronóstico varía desde mínimo o nulo lenguaje y pobres capacidades para la vida diaria, hasta el logro de grados universitarios y funcionamiento totalmente independiente.
Por ello, mientras más temprano sea el diagnóstico y más tempranas, enérgicas y organizadas las estrategias de tratamiento, mejor será el pronóstico final.
Hasta la fecha, la etiología del autismo sigue siendo desconocida; en todo caso, empieza a perfilarse un panorama más claro y definido. Se ha propuesto dividirlo en primario y secundario; los casos de tipo secundario explican del 10 al 30% del total de pacientes y entre sus posibles causas destacan la esclerosis tuberosa, encefalitis por herpes simple y el uso de fármacos durante el embarazo, entre otras. En tanto, los datos actuales señalan que el primario apunta hacia una etiología multifactorial, en la cual la influencia genética es de importancia capital, pero no la única.
El diagnóstico de autismo se establece sobre bases exclusivamente clínicas; la combinación de alteraciones del lenguaje, conductas restringidas y estereotipadas y alteraciones en el contacto social, debería dejar pocas dudas sobre el diagnóstico, sin embargo, es muy común en la práctica encontrar niños con un cuadro claro de autismo en el que el diagnóstico no se ha establecido.
El retardo en el diagnóstico es de importancia capital, porque el diagnóstico temprano y el tratamiento intensivo durante los años preescolares resulta el mejor pronóstico para la mayoría de estos pacientes.
Los tratamientos existentes pueden dividirse en farmacológicos y psicopedagógicos, pues hasta ahora no existe ningún tratamiento específico o curativo. Los tratamientos farmacológicos son sintomáticos, mientras que la terapia psicopedagógica juega un papel central en el tratamiento; el manejo más aceptado actualmente es el inicio del tratamiento lo más temprano posible, intensivo y de tipo multimodal: terapia de lenguaje, programas de socialización y estimulación sensorial múltiple.
Por desgracia, en esta área ha surgido mucha charlatanería, revestida de bases pseudocientíficas, que sólo aportan confusión y falsas expectativas en los familiares de estos pacientes.
El pronóstico varía. Hay pacientes que arrastran toda su vida un severo déficit intelectual, asociado con alteraciones profundas del lenguaje y la conducta, pero también está demostrado que un porcentaje importante de pacientes puede mejorar de forma notable y desarrollar capacidades académicas incluso de nivel universitario.
Si quieres conocer completo este artículo visita la comunidad digital Académica.
Vía: www.academica.mx