El día de hoy, como cada año, se conmemora el Día Internacional del Síndrome de Asperger, un trastorno del espectro autista poco conocido y poco común en nuestra sociedad. Los datos actuales demuestran que 3 de cada 1000 nacidos padecen este trastorno, siendo más habitual entre los niños que entre las niñas.
El síndrome de Asperger fue descrito originalmente por el pediatra austriaco Hans Asperger en 1944, quien analizó varios casos cuyas características clínicas se asemejaban a la descripción del autismo de Leo Kanner (como por ejemplo, problemas con la interacción y comunicación social). Sin embargo, la descripción de Asperger difería de la de Kanner – considerado padre del autismo – en que el habla se retrasaba menos, los problemas de movimiento eran menos comunes, el comienzo del trastorno parecía ser un poco más tarde, y todos los casos iniciales se produjeron solo en niños varones. Asperger también sugirió que problemas similares podían observarse en otros miembros de la familia, principalmente en los padres.
Este síndrome fue esencialmente desconocido en la literatura inglesa durante muchos años. Pero gracias a una extensa revisión y a una serie de informes de casos realizados por Lorna Wing en 1981, aumentaron el interés en la condición. Desde entonces, tanto el uso del término en la práctica clínica como el número de informes de casos y estudios de investigación han ido aumentando de manera constante. Esto último ha dado lugar a que la definición de Asperger siga experimentando cambios significativos, que solo reflejan una clara falta de consenso que, de acuerdo con la Asociación Asturiana de Asperger, «es una consecuencia de la precocidad de las conclusiones alcanzadas en los estudios realizados hasta hoy».
Actualmente, el síndrome de Asperger es reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un «Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD) de carácter crónico y severo que se caracteriza por desviaciones o anormalidades en las capacidades de relación y comportamiento social», y se enmarca dentro de los trastornos del espectro autista.
Aunque el reconocimiento del síndrome por parte de la comunidad científica es bastante reciente (1994), la nueva definición de autismo que está proponiendo la Asociación Americana de Psiquiatría podría dejarle fuera de las enfermedades del espectro autista, lo cual implicaría un gran error desde el punto de vista de la mayoría. La vida de quienes sufren Asperger no es para nada sencilla, y de ser ‘eliminados’ de la definición de autismo podrían perder el acceso a los distintos medios que permiten costear sus tratamientos.
La complejidad del síndrome de Asperger, sumada a la inexistencia de marcadores biológicos eficaces que permitan su identificación, así como su parecido con otros trastornos del espectro autista, hacen que diagnosticarlo sea realmente difícil.
Xurxo Mariño, Neurocientífico de la Universidad de Coruña en España, afirma que «desde el punto de vista del funcionamiento electrofisiológico y de las características anatómicas, no se sabe casi nada de este síndrome. Por el momento es campo de batalla de psiquiatras y psicólogos, que lo único que pueden hacer es descripciones conductuales y estudios sobre la evolución y el efecto de algunas terapias. Sí hay algún estudio de anatomía funcional, pero que de momento no ha resuelto gran cosa».
Finalmente, hay que señalar que no siempre es posible diagnosticar el trastorno en niños de 4 a 5 años. Generalmente son los maestros de primaria los primeros que se dan cuenta y alertan a los padres. Por ello, ante cualquier sospecha de este u otros trastornos del espectro autista, los padres deben actuar a la brevedad para que el niño tenga opciones de tener un mejor pronóstico en cuanto a su rendimiento académico, así como una mejor calidad de vida.
Vía: PsychCentral, Asociación Americana de Psiquiatría, culturacientifica.org