Diferentes estudios han sugerido que las mutaciones genéticas explican sólo la mitad del riesgo de autismo. No obstante, un nuevo estudio realizado por científicos de la Facultad de Medicina Albert Einstein de la Universidad de Yeshiva, señala que la influencia del ambiente sobre los genes juega también un papel importante el desarrollo de esta enfermedad.
Según algunas investigaciones, debido a las mutaciones genéticas que se acumulan a través de los años en las células que crean el esperma, los hombres de más de 40 años podrían tener un riesgo mayor de tener un hijo con autismo. En tanto, a partir de los 35, en las mujeres también aumentan estas probabilidades; no obstante, el motivo no estaba claro.
De acuerdo con esta investigación, publicada revista PLOS Genetics, esto podrá explicar las razones por las que las mujeres de más edad tienen un mayor riesgo de tener un bebé con autismo.
En el estudio, se observó que los cambios ambientales en los genes podrían explicar este incremento, como las condiciones del útero, el estrés y dieta de la madre; cambios conocidos como epigenéticos.
La investigación contó con niños de Estados Unidos, Chile e Israel; 47 de ellos tenían un trastorno del espectro autista (TEA) y otros 48 se desarrollaban con normalidad de madres de 35 años o mayores. Para observar las diferencias en los genes de los niños, los investigadores analizaron las células que recubrían sus mejillas (epitelio bucal).
A decir del doctor John Greally, autor principal del estudio, se planteó la hipótesis de que las influencias que resultan en el TEA en los niños con madres mayores, probablemente ya estén presentes en las células reproductivas que generan al embrión o, bien, durante las etapas más tempranas del desarrollo embrionario, en las células que dan lugar tanto al epitelio bucal como al cerebro.
En primera instancia, se examinó las células en busca de una cantidad anómala de cromosomas; en ningún caso se encontraron anomalías. Luego se examinaron las células en busca de influencias ambientales sobre los genes.
«Si durante el desarrollo del embrión se produjeron influencias ambientales, se codificarían como un ‘recuerdo’ en las células que podemos detectar como alteraciones químicas de los genes«, explicó Greally.
Así, se identificaron dos grupos de genes alterados en un subgrupo de niños con autismo que eran distintos de los genes de niños que se desarrollaban con normalidad.
«Nuestros hallazgos sugieren que, al menos en algunos individuos con un TEA, las mismas vías cerebrales parecen [ser] influenciadas tanto por las mutaciones [genéticas] como por los cambios epigenéticos. De este modo, la gravedad del TEA de alguien podría depender de si una mutación genética viene o no acompañada de alteraciones epigenéticas relacionadas con los genes.
«En el caso de las madres mayores en riesgo de tener niños con un TEA, una influencia ambiental posible podría ser el propio proceso de envejecimiento, que podría alterar los patrones epigenéticos de sus óvulos, pero también hay otras posibilidades», mencionó Greally.
Vía: HealthDay News