Un equipo de investigadores del Instituto de Ecología de la UNAM, bajo la dirección de Marisa Mazari, realiza desde hace varios año realiza estudios vinculados con las cuatro zonas hidrológicas que conforman el sistema de acuíferos de la cuenca de México. Estas cuatro zonas interconectadas proporcionan el 70 por ciento de la demanda de agua de la Ciudad de México, un 29 por ciento más proviene del sistema Lerma-Cutzamala y el 1 por ciento restante del río Magdalena.
Por ello, estas investigaciones son de vital importancia, pues generan información sobre las propiedades y la calidad de este fundamental recurso. “Las propiedades del agua de los acuíferos de la cuenca de México dependen de la formación geológica del lugar y del tipo de suelo de las zonas de recarga, a través del cual se infiltra”, señala Mazari. En este sentido, ejemplifica que el área del lago de Texcoco tiene más sales, mientras que en Iztapalapa el color es café a causa del manganeso y el fierro, los cuales son arrastrados hacia el acuífero durante la filtración.
Por otra parte, agregó, al tratarse de la calidad del agua se tiene que considerar que en la cuenca de México existen todavía zonas agrícolas, como Xochimilco y Milpa Alta. Esto causa que la fuente de contaminación en la superficie determine el tipo de amenaza, química o biológica.
Las aguas subterráneas pueden tener elementos químicos naturales y no naturales. Entre el primer tipo de elementos se encuentran el fierro, manganeso, potasio y sodio, mientras que entre los segundos están metales pesados desechados por la industria y plaguicidas utilizados en las zonas agrícolas. Otra fuente de contaminación pueden ser los materiales y fármacos provenientes de hospitales, del drenaje de casas habitación, de los tiraderos de basura o confinamientos controlados, sitios de almacenamiento de combustibles, drenajes dañados con filtraciones de aguas negras y pozos en desuso que pueden ser conductos directos hacia los acuíferos.
En materia de agentes microbiológicos, se pueden encontrar bacterias indicadoras, como coliformes totales o coliformes fecales. Éstas generalmente son un grupo muy pequeño, explica la investigadora, el cual no es capaz de mostrar qué sucede con otro tipo de microorganismos como virus y protozoarios parásitos.
“Los virus son más pequeños que las bacterias, pero muchos pueden sobrevivir a la cloración. Los protozoarios parásitos son, en general, más grandes y resistentes que las bacterias, por lo que sobreviven con facilidad a esos procesos. De este modo, aunque el agua se trate y desinfecte, estos microorganismos siguen activos. En realidad, las normas dictadas para que tenga cierta calidad no reflejan las amenazas químicas y biológicas a las que estamos expuestos”, consideró Mazari.
Las zonas de recarga del sistema también presentan problemas, ya que éstas se encuentran en las montañas y zonas boscosas, pero éstas son talados y en los lugares donde se encontraban surgen asentamientos irregulares, que no cuentan con agua y drenaje. “Estas fuentes potenciales de contaminación en los sitios de recarga son una bomba de tiempo que poco a poco tiene un impacto en la calidad ambiental, en general, y en la del agua, en particular”, señaló la investigadora.
Otra fuente de abastecimiento superficial de la Ciudad de México es el río Magdalena, pero gran parte de su caudal se desperdicia al irse al drenaje. De acuerdo a las mediciones realizadas por Mazari y su equipo, el río durante la pasada temporada de lluvias tuvo en su caudal entre uno y dos metros cúbicos por segundo, sin embargo solo fueron aprovechados 200 litros por segundo en la planta potabilizadora Río Magdalena, la única que está en funcionamiento actualmente.
También en el tema del tratamiento de aguas residuales existe un gran rezago en la cuenca de México, pues solamente se trata un 10 por ciento del total que se genera. El resto es vertido en cuerpos de agua como canales, presas y agua de desecho. Desde luego, agrega, una buena parte se infiltra hacia los acuíferos.
Por estas razones la investigadora de la UNAM considera que la regulación en la materia debe ser más rigurosa y lograr así que la industria trate su líquido de desecho antes de vertirlo al drenaje y a los cuerpos de agua. “Habría que ser más estrictos para que se cumplan las normas que ya existen y para que se actualicen, además, poner al día al personal de las dependencias y los laboratorios gubernamentales”, recomendó.