Las plaquetas, también llamadas trombocitos, son componentes diminutos de la sangre que se producen en la médula ósea y ayudan con la coagulación (la sangre pierde su liquidez convirtiéndose en un gel, para formar un coágulo). En concreto, son pequeños fragmentos de células incoloras que tienen forma de plato, de ahí su nombre.
La sangre entera se compone de plasma, glóbulos rojos y blancos y plaquetas. Debido a que las plaquetas son el componente más liviano de la sangre entera, estas son empujadas hacia las paredes de los vasos sanguíneos, permitiendo que el plasma y las células sanguíneas fluyan a través del centro, lo que a su vez ayuda a que las plaquetas alcancen la lesión rápidamente para evitar la pérdida de sangre.
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Las plaquetas fungen como el vendaje natural de tu cuerpo para detener el sangrado. Esto porque durante una lesión, tus plaquetas se agruparán en el sitio de la herida para actuar como un tapón, sellando los vasos sanguíneos en el proceso llamado coagulación para evitar que el exceso de sangre salga de tu cuerpo.
Cabe destacar que las proteínas en el exterior de las paredes de las plaquetas son pegajosas, lo que les permite adherirse a los vasos sanguíneos. Cuando coagulan activamente, las plaquetas extienden filamentos que se asemejan a las patas de una araña. Dichos filamentos hacen contacto con el vaso sanguíneo roto y otros factores de coagulación para sellar el daño y detener el sangrado.
Fuente: Cleveland Clinic