“Los peores recuerdos de todo este tiempo no tienen que ver con los síntomas de mi enfermedad, sino con la forma en que me he sentido tratada a causa de ella»
Los trastornos mentales son un mundo que no se puede entender si no es a través de quienes la han padecido. El psicólogo, historiador y filósofo Michael Foucault señaló en su texto Historia de la locura en la época clásica, que el “mundo del internamiento”, como se constituyó desde el siglo XVII, causó que la locura haya sido separada de su contexto médico y se haya integrado “en un espacio moral de exclusión”.
Le exclusión es, junto con la soledad, tal vez uno de los aspectos más terribles de los desórdenes mentales. En este sentido, la Asociación Mundial para la Esquizofrenia y Trastornos Relacionados (WFSAD) rescata en su página de Internet un testimonio de un paciente durante la Conferencia organizada por la organización familiar Sahayana de Columbo, en Sri Lanka, quien califica a estas enfermedades mentales como una “maldición para el género humano”. “Así como sólo el ciego sabe lo que es vivir en una permanente oscuridad, sólo aquellos individuos con trastornos mentales verdaderamente comprenden el dolor, el estigma, la frustración, el rechazo, el sentimiento de pérdida total, la soledad y la pena que trae la enfermedad mental”, afirma este testimonio anónimo.
Sin embargo, este paciente reconoce el duro aprendizaje que pare él ha supuesto su enfermedad, la cual, señala, le ha enseñado sobre la vida y las personas, “a aceptar las cosas que no pueden ser cambiadas” y a “respetar a la gente que me respeta a mí”. Lo más importante afirma, que su trastorno le “ha enseñado el valor de sacar fuerza desde dentro de mí”.
Los trastornos mentales no son privativos de las sociedades desarrolladas o las que se encuentran en vías de desarrollo.
Si bien sus efectos pueden ser potenciados por factores de riesgo que son mayores en naciones con grupos de alta vulnerabilidad, estas enfermedades pueden presentarse en cualquier país. La madre de “Carrie”, en los Estados Unidos, contó para la WFSAD cómo la esquizofrenia llevó a su hija a las calles, en las cuales “comía en las misiones del centro y se juntaba con los transeúntes vagos que pueblan las peores calles de la ciudad. Al igual que Carrie, muchos de ellos también eran enfermos mentales”. La enfermedad, señala, causó una total erosión en la relación entre ambas, “a medida que pasaban los meses, esa alma gentil que yo conocía fue devorada por los demonios mellizos esquizofrenia y alcoholismo. En su mente yo me transformé en su enemigo, y por lo tanto no tenía poder alguno para ayudarla”.
Finalmente, señala la madre de Carrie, a través de reuniones de apoyo logró descubrir “que no estaba sola”, y comenzó a aprender a ser “una eficiente defensora” de Carrie, quien tiempo después ingresaría a un centro de crisis donde ella ha tenido mejoría. En este sentido, afirma, no han terminado los problemas de Carrie, “ella necesitará una familia a la que le importe. Carrie la tendrá. También va a requerir una comunidad que no le dé la espalda a las enfermedades mentales”.
Se podrían consignar cientos de testimonios sobre los terribles síntomas que los padecimientos mentales causan, sin embargo, en última instancia, el denominador común es siempre la incomprensión. Esto es particularmente grave, pues cualquier terapia y rehabilitación exitosa siempre requiere de un tratamiento integral y del apoyo familiar y de la comunidad. Esto queda resumido a la perfección en la experiencia de Ana, quien señala que después de muchos años de padecer una enfermedad mental grave, “los peores recuerdos de todo este tiempo no tienen que ver con los síntomas de mi enfermedad, sino con la forma en que me he sentido tratada a causa de ella».